jueves, 21 de abril de 2011

El renacer del asombro

Uno de mis primeros recuerdos, sin tener un quinquenal aún, es el encontrar diversión en el observar. Podía estar horas mirando el papel mural de mi habitación, que tenía pequeños relieves, los que me hacían recordar a una feria llena de gente y ruido. Con esa imaginación y mirando hacia la pared era que podía conciliar el sueño, olvidar algún reto que me doliera o simplemente entretenerme.

Habían pocos niños de mi edad en la familia -era la más pequeña de la familia paterna y la penúltima en la familia materna- y en el barrio, mis padres ya eran cercanos a los cuarenta y mis hermanos ya habían superado la primera decena, por lo que los juegos en compañía se volvieron escasos, sin embargo pude ir descubriendo cosas que quizás otros niños en otra forma de vida no hubieran tenido. Aprendí a escalar árboles y techos, porque amaba poder ser medianamente invisible, como espectador ante lo que sucedía. Cuando estaba arriba del techo o del árbol la gente, que casi nunca mira hacia arriba, no me podía ver y yo tenía otra perspectiva de las cosas, el mundo se volvía una película ante mis ojos. Pude escuchar conversaciones y aprender palabras que me eran desconocidas y bonitas al oido, las repetía y preguntaba después su significado para ver si era igual de bonito. Podía ver las aves que jugueteaban en lo alto, o cercanas a mi en los árboles, podía ver los nuevos brotes que no me había detenido a mirar, incluso algunas casas de la manzana que no sabía que existían.

Cuando fui creciendo ya miraba otras cosas, recuerdo un microscopio para niños que me regaló mi padre, en el que podía tomar muestras y mirarlas por dentro, para mi lo era todo, miraba mis cabellos, alguna hormiguita, una hoja de las plantas del jardín, la comida… infinitas cosas. Y si me veo hoy ante el mismo microscopio de seguro me aburriría un poco, pues no entendería lo que estoy mirando, cosa que a los cinco o seis años me interesaba poco, ya me era sorprendente ver que una cosa era un conjunto de otras pequeñas cosas a pesar de no poder clasificarlas o nombrarlas.

Un tiempo antes, cuando aprendí a leer, pude abrir un mundo inmenso para descubrir. El poder comprender o al menos nombrar lo que decía un letrero en la calle me era absolutamente entretenido, de seguro para mis padres no, a los tenía locos nombrando cada cosa y ¡Cuantas letras uno puede ver en la calle!, todas ellas sin duda eran nombradas por la pequeña e inquieta Laura.

Hoy, ya nisiquiera me fijo en lo importante de esa etapa, aprender a leer, descubrir lo que tenía de naturaleza en la ciudad, descifrar palabras, etc. Pero comencé a sorprenderme de otras cosas que no estaban tan a la mano, como los pensamientos, sufrimientos. Cosas que me golpean fuerte la cabeza. El cambio social, la indiferencia, etc. Ahora me llama la atención que no pueda disfrutar como antes, en el jardín o imaginando ferias con el diario mural, me apagué y la sociedad no sé cuando ni como, pero también se apagó. O quizás siempre fue así y nunca lo noté.

Pero en Julio del año pasado nació Amparo, mi sobrina, y fue increíble descubrir esa vida en el interior de mi hermana. Ver su nacimiento, y poco a poco el crecimiento de este nuevo ser que está limpio de prejuicios y sorpresas, que no conoce el mundo y se esfuerza por conocerlo. Me encanta cuando intenta cantar alguna melodía que escucha sin siquiera saber hablar, o cuando se sorprende del gesto de los labios al darle un beso, ella tampoco sabe poner su boca de esa forma pero ya, a sus nueve meses, puede saber que es una muestra de cariño.

Mientras ella observa y experimenta este extraño mundo, yo lo vuelvo a conocer a través de sus ojos, me parece todo sorprendente desde su mirada, los sonidos, las cosas que todo y huelo, lo que me agrada y desagrada. Veo en ella el gusto de ser mimada, su sonrisa que es exclusiva, que es regalada como un premio. Siento su calor cuando la mimo en mis brazos, mientras ella se deja y juguetea con mi cabello o descubre la suavidad o sequedad de mi piel. Me admiro ante su confianza en nosotros, su familia, de como la luz de su llegada ha iluminado cada ricón de nuestras vidas, como nos ha enseñado siendo apenas un recién llegado.

De seguro en Amparo encontraré cosas que en mi niñez nunca pensé encontrar.


LB Valdés

Este pertenece, como muchos otros guardados, a los cuentos y cartas para Amparo

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